martes, 11 de febrero de 2014

¡Hola a todos! ¡Ya estamos aquí!



Arrancamos esta página, y lo hacemos de la mejor manera que creemos posible: ampliando la leyenda que da forma a nuestra descripción con las novedades científicas que la explican.
Esta historia se repite a lo largo del tiempo en todas las culturas. En Asia, la filosofía zen enseña que el amor altruista es el alimento del lobo blanco, mientras que el ego y el apego son el del lobo negro, y solo deshaciéndonos de ellos alcanzaremos la felicidad. En Europa, los filósofos de los siglos XVII y XVIII escribieron mucho sobre la naturaleza del ser humano. Hobbes lo consideraba egoísta por naturaleza, e hizo suya la frase de Plauto de “el hombre es un lobo para el hombre”. Rousseau, por su parte, estaba convencido de que “el hombre es bueno por naturaleza”, en la línea de la filosofía de Sócrates, “quien conoce el bien, necesariamente debe actuar bien”. 
Pero ha sido recientemente cuando la Ciencia ha arrojado luz sobre todo esto. Y la respuesta es que ambos tenían razón.
Nuestros parientes vivos evolutivamente más cercanos son los chimpancés. Pero hay dos especies de ellos, tan distintos como la noche y el día: el chimpancé común (Pan troglodytes) y el bonobo o chimpancé enano (Pan paniscus). Mientras que los primeros pueden ser muy agresivos e incluso matar a miembros de su misma especie, los bonobos rara vez pelean, y prefieren recurrir a regalos y al sexo para evitar o solucionar conflictos. 
¿Podrían estos dos primates tener alguna relación con el carácter bipolar humano? ¿Es casualidad que el comportamiento humano combine aspectos del bonobo y el chimpancé?
En 2012 nos acercamos mucho a esta respuesta con la secuenciación del genoma del bonobo. Los resultados mostraron que los humanos nos separamos de la línea evolutiva hace 4’5 millones de años, mientras que chimpancés y bonobos lo hicieron “solo” hace un millón de años. Para entender esto debemos saber que la cladística construye los árboles evolutivos más probables de forma estadística, analizando la diferencia entre dos genomas y la velocidad con la que las mutaciones causan estos cambios. Cuando más similares son los genomas de dos especies, más cercanas evolutivamente están, y cuantas más diferencias se hayan acumulado respecto al momento presente, antes se habrá producido su separación evolutiva. 
Pero al analizar los 18 genes que se consideran clave en nuestras diferencias, se encontró un resultado sorprendente: nuestro ADN se parece más al del chimpancé o al del bonobo de lo que se parecen entre sí los genomas de los dos animales. En otras palabras: nuestros genes considerados clave en el proceso de humanización están a medio camino de los de ambos primates.
Para Frans de Waal, considerado por muchos el mejor primatólogo del mundo, este hecho explica nuestra contradicción interna. “Los chimpancés pueden ser extremadamente violentos, mientras que los bonobos pueden ser extremadamente pacíficos. Por eso digo que somos primates bipolares”.
Por eso estamos convencidos de que el ser humano es capaz de lo peor, pero también de lo mejor. Nuestros genes permiten ambos resultados, y aunque pueden favorecer uno u otro según la persona, son solo el prólogo de una historia cuyo desenlace.
Como explica el Dr. Otín “nuestro genoma es una brújula que guía nuestra vida pero no es algo determina de manera inexorable todo lo que somos". 
Tenemos capacidad para cambiar. En nuestra mano está fortalecer nuestra naturaleza de chimpancé o de bonobo. Alimentar al lobo negro o al lobo blanco. 
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Imágenes de: Zen Pencils, Boletín Enciende, Abovetopsecret y revista Hornet.








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